“Para cuando salí de la cárcel todo había cambiado”

GIZARTEA

Años después de vivir entre rejas, no es fácil adaptarse a una sociedad “en la que te sientes tan raro”. Las calles ya no son las mismas, la gente no deja de usar el móvil. “No hay pisos ni empleos dignos”, relata este donostiarra tras cumplir condena.

NOTICIAS DE GUIOUZCOA (JORGE NAPAL).- Puede parecer una anécdota menor, pero ilustra el abismo entre la vida en prisión y la que aguarda más allá de las rejas. Tras cumplir condena, siete años de presidio, fue uno de los hermanos de Roberto quien le propuso el plan. Fue a recogerle a la cárcel alavesa de Zaballa y le dijo que podían irse de compras. Así lo hicieron. Al donostiarra siempre le ha gustado el deporte y se dirigieron a un centro comercial para hacerse con alguna prenda. ‘Fuimos nada más salir de la cárcel, pero me tuve que dar la vuelta porque me aterró. Aquello era demasiado. No estaba acostumbrado a tanta gente’. Quizá no fue la decisión más acertada para este donostiarra condenado a diez años y medio de prisión por varios delitos relacionados con el consumo de drogas. Intuye, en todo caso, que cualquier otro plan habría despertado los mismos fantasmas: ‘Es que sales de la cárcel después de tanto tiempo y todo ha cambiado: las calles ya no son las mismas, la tecnología, la vestimenta… La gente no hace más que usar móviles y asistes a todo ese cambio con sorpresa. Es algo que casi te paraliza. Es muy difícil cogerle el ritmo a la nueva vida’, dice este hombre de 47 años. Consumo de cocaína, delincuencia, prisión… términos suficientes para que buena parte de la sociedad se haga su composición de lugar: un drogadicto más que no interesa, un estorbo que conviene relegar. Bastan, sin embargo, unos minutos de conversación para descubrir en Roberto a ‘una persona de carne y hueso’, con experiencia penitenciaria en Fontcalent (Alicante), en la cárcel de Logroño y Zaballa. Una ‘persona’ que, por circunstancias de la vida, ha tropezado más veces de las que quisiera, y que siente inmensa gratitud hacia aquellos que han estado a su lado. ‘Tras salir de esa vida irreal que siempre es la cárcel, necesitas ayuda para sentar las bases de la nueva andadura. Uno no puede hacerlo por sí solo, por eso quiero dar las gracias a las personas que me han ayudado’. Entre ellas figura Miguel Ruiz, educador social del programa de pisos de inserción social. Estas viviendas son algo así como un puente entre la salida de la cárcel y esa vida normalizada que tanto añoran. ‘A Roberto lo conocimos en abril. Hacemos visitas en Zaballa a las personas encarceladas con arraigo en Gipuzkoa, sean extranjeras o no. Y él nos contó su caso’, explica este educador de Arrats, la asociación que les ofrece recursos sociales y jurídicos. Roberto les contó entonces que tenía familia pero que no quería seguir dando trabajo y convertirse en ninguna carga. Les dijo que durante años había sometido ‘a mucho estrés’ a sus seres queridos, y que necesitaba ayuda. ‘Mi aita muestra ya síntomas de alzhéimer avanzado. Mis nueve hermanos me han ayudado, pero volver a casa se me hacía muy duro. El aita lo pasaba mal, y yo con él’. El educador escuchó su relato, y tras su salida de la cárcel, este donostiarra pasó a ocupar una de las plazas de los dos pisos que gestiona Arrats. Hacia una vida autónoma El proceso de cada usuario varía, pero la asociación se muestra exigente y trata de que las estancias en los pisos no se demoren más de la cuenta. ‘No es más que un paso para que aprendan a ser autónomos’, detalla Ruiz. TEXTO COMPLETO EN PDF ADJUNTO

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