Los afectados, la parroquia penitenciaria y las ONG que trabajan con los presos piden, desde hace años, un sistema de transporte público que llegue a la prisión de Campos del Río
LAVERDAD.ES (MARTA SEMITIEL).- Si Homero levantase la cabeza, podría ver que su famosa Odisea se hace realidad cada semana en la Región para decenas de familias sin recursos. Los protagonistas son esposas, madres, padres, hijos «que se buscan la vida como pueden» para visitar a sus seres queridos en el centro penitenciario Murcia II. No hay transporte público que llegue a esta cárcel, ubicada en Campos del Río, en mitad de la nada y lo suficientemente lejos de toda población. La parada de autobús más cercana, de la línea que une Murcia con Mula, se encuentra a unos 4,5 kilómetros de la prisión. Cada sábado desde hace siete meses, Estela, que no quiere dar su nombre real en este reportaje, se levanta a las cinco de la mañana para comenzar el viaje hasta la cárcel. Cuando consigue dejar los quehaceres cotidianos y a sus hijos con la abuela, coge un autobús junto a su suegra desde Los Barreros hasta Cartagena, y luego otro hasta la estación de autobuses de Murcia, y luego el último, que las deja sobre las 12.45 horas casi en mitad de la autovía. A partir de ahí, suegra y nuera comienzan un peregrinaje de hora y media, a pleno sol, hasta la prisión. «A veces nos mareamos, pero gracias a Dios siempre salimos de casa con botellas de agua congelada, para beber y para refrescarnos por encima». Desde Cartagena «Echamos el día de viajes, pero nos compensa» Estela no quiere dar su nombre por miedo a que su marido sufra cuando lea esta historia, pero entiende que contarla es la única forma de «hacer que alguien reaccione para que pongan un autobús que llegue hasta allí, o que por lo menos nos deje más cerca; porque hay muchas personas que no van a visitar a sus familiares porque no pueden hacer ese camino andando y no tienen cómo ir. Y lo que la gente no entiende es que, hayan hecho lo que hayan hecho, estar allí es muy duro, y los que no tienen comunicación con su familia lo pasan muy mal». Sobre las cuatro de la tarde, Estela y su suegra hablan con su marido e hijo unos 45 minutos. Es entonces cuando desandan el camino y deshacen la trayectoria de autobuses, hasta que llegan a casa sobre las 20.30 de la tarde. «Echamos todo el día de viajes, aunque él siempre nos dice que no vayamos todas las semanas, porque sabe lo que nos cuesta; pero nos compensa. Yo no puedo pasar sin ir a verle…», se le atraganta la frase. TEXTO COMPLERO EN PDF ADJUNTO
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