EL 26 POR CIENTO HA COMETIDO DELITOS SEXUALES
Los abusos y agresiones a menores, la violencia de género y los homicidios, a la cabeza. Prisiones pone en marcha un programa para frenar el deterioro
ABC ESPAñA (MADRID).- En la vida civil la media de edad de jubilación son los 65 años. En la cárcel no te jubilas hasta que no cumples tu condena. Algunos mueren sin volver a pisar la calle. Son una minoría casi invisible, pero existen: las prisiones españolas albergan 525 presos de más de 70 años (poco más del uno por ciento del total), según los últimos datos de Instituciones Penitenciarias. El 26 por ciento están condenados por delitos contra la libertad sexual, la mayoría por abusos o agresiones a menores dentro del ámbito familiar o cercano. Les siguen las penas por delitos contra las personas (homicidios y asesinatos), que representan el 17,5 por ciento, y los delitos de violencia de género (el 16,6 por ciento). ‘Somos jóvenes con muchos años’, ironiza Emilio Ballester, que ha superado los 70 y espera un permiso especial para casarse por tercera vez en un juzgado. Él pertenece al 13 por ciento de penados por delitos contra el orden socioeconómico. Es economista y ha tenido que cambiar el traje de ejecutivo por el de reo en la etapa final de su vida. Estamos en la prisión de Aranjuez (Madrid VI), en el módulo III, una isla de sosiego con menos de noventa internos, en el que conviven dos tipos de presos: mayores de 65 años (36 personas) y drogodependientes en la última fase de recuperación. Es un módulo terapéutico. Algunos extoxicómanos podrían ser nietos de los compañeros con los que comparten comida, patio, actividades y camaradería. Los rostros de unos y otros hablan de trayectorias en las antípodas. Escuela de vida y escuela de calle hombro con hombro. El mayor del III tiene 88 años y hay ‘ancianos’ de 60, castigados por la vida y por sí mismos. Como Francisco Díaz, que lleva cuarenta años entrando y saliendo de prisión casi siempre por atracar bancos y casi siempre por la urgencia del maldito ‘mono’. La cárcel se lo ha quitado todo y le ha dado lo único que tiene: apenas sabía deletrear y ahora lee a filósofos. Es padre de hijos casi cuarentones a los que no conoce y nietos a los que le encantaría abrazar. El aula de música del módulo, con tres guitarras de fondo, acoge las palabras deseosas de entendimiento. Las historias se cuentan a rachas, deshilachadas, entre la broma y el drama, a medio camino del sarcasmo y las lágrimas. Juan Cabrerizo tiene 71 años. Era director de compras de un grupo dependiente de Rumasa y los Ruiz Mateos. Estuvo diez años yendo cada lunes a firmar al juzgado y manteniendo una vida de empresario y hombre de familia. Pero hace 15 meses se le acabó el tiempo de descuento. Le quedan tres años y medio. Llora sin consuelo al hablar de sus cinco hijos. Los 40 minutos diarios de bicicleta estática, esos de los que nunca disponía cuando era libre, le ayudan a rumiar las largas jornadas de encierro. Su jefe, que firmó cientos de pagarés sin fondos, está en busca y captura. Vicente Martín Peña toma el tratamiento contra el cáncer en el centro penitenciario. Como su amigo Emilio Ballester, fue condenado a 8,5 años por estafa, insolvencia punible y falseamiento en las cuentas. Se les responsabilizó junto a otros directivos de una macroestafa con miles de perjudicados. ‘Hemos entrado reinsertados y rehabilitados’, ironiza, pero ‘si te quitan la libertad te quitan todo’. A ambos los visitan sus familias. Tienen suerte. A casi un 30 por ciento de estos jubilados civiles nadie va a verlos y a un 15 por ciento ni siquiera los llaman por teléfono. ‘No quiero que mis nietos me vean aquí’, dice Vicente, que tiene una doble licenciatura y ahora estudia la carrera de Historia. Con un ventilador y el sol apretando en los cristales comparte pupitre con un interno que ha obtenido dos matrículas de honor en Derecho. (DOCUMENTO COMPLETO EN PDF ADJUNTO)
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