El problema no son las personas, el problema es la cárcel.

C.A.M.P.A.- C.A.M.P.A. somos un colectivo transfeminista dedicado al apoyo a mujeres presas, pero también a la crítica del punitivismo y al cuestionamiento de aquel sistema penal y penitenciario construido en torno a políticas de precarización y destrucción de la vida. Es por ello que, cuando empezamos a tener contacto con las mujeres presas que visitamos, no preguntamos el delito, ni entramos a juzgar la causa por la que estas mujeres (y cualquier persona presa en general) han acabado dentro de prisión. La razón es simple: no creemos que la cárcel sea una medida, consecuencia o mecanismo para paliar o contrarrestar ningún acto, sea del tipo que sea. Esta perspectiva antipunitivista y abolicionista se debe a que, cuando radiografiamos un constructo como es el sistema penal y penitenciario, no encontramos ningún argumento para su justificación, sobre todo si hablamos en términos de cuidado de la vida, de dignidad, de proliferación de derechos, de apoyo mutuo, de construcción comunitaria e incluso de restitución de daños. Y, sin embargo, sí los encontramos -de sobra- para defender la necesidad de su desaparición si queremos un sistema social y político que juegue a nuestro favor y no nos castigue, aísle, e incluso mate. Pensamos que, igual que la prisión no ha existido siempre, puede y debe desaparecer para crear otras formas de resolver los conflictos que se proyecten a favor de la vida, y de la creación de lazos comunes que nos ayuden a subsistir, en vez de excluirnos y arrebatarnos nuestro derecho a tener una vida, como apunta Judith Butler, que merezca la pena ser vivida. Escribimos estas líneas, porque el pasado lunes 11 de marzo de 2019 anunciábamos que Carmen Badía Lachos, presa actualmente en el Centro Penitenciario de Zuera, iniciaba una huelga de hambre indefinida (que actualmente es también de sed) para pedir su excarcelación por enfermedad grave y por motivos humanitarios. Ya que, tras pasar 14 años en prisión (de 24 a los que está condenada) y a sus 62 años sabe que, de alguna manera, no saldrá viva de la cárcel. Si es que se puede decir que allí lo está. Sabe que su condena no son 24 años, sino que es una condena a muerte encubierta o ‘en diferido’, por usar una terminología que todos/as entiendan. Sin embargo, en prisión contamos con ‘muertes que son predecibles y que se producen en un entorno de indignidad absoluto'[1]. Y, que sepamos, en España no hay pena de muerte, al menos eso es lo que dice el artículo 15 de la Constitución Española (nada que el actual debate sobre la prisión permanente revisable no haya puesto en duda en este último año). Pero este es uno de esos casos que refleja que los mecanismos perversos del sistema penitenciario juegan con la terminología y el Derecho para seleccionar qué vidas son el chivo expiatorio que han de alentar a la sociedad a seguir el sendero marcado por quienes sustentan el poder, solo para garantizar que lo sigan manteniendo. En este sentido, y llegadas a este punto, si el leitmotiv de la cárcel no es, como bien sabemos -y esto es un hecho contrastable, no una opinión-, cambiar las cosas a mejor, remendar conductas denominadas ‘desviadas’ y/o ‘peligrosas’ y, en general, prevenir y atacar el Mal, sino mantener la forma del sistema capitalista en manos de quienes ganan con él (ese 1% de la población). Entonces quizá se comprenda mejor por qué nos resulta absurdo preguntar la razón por la cual alguien está en la cárcel. Resulta absurdo que casi todos los periódicos a los que hemos acudido para difundir la huelga de hambre de Carmen Badia nos hayan preguntado insistentemente como algo ‘que ha de saberse’, cuál es el delito por el que está condenada. Pero esa, lo sabemos, no es la cuestión. Y centrarse en ello es caer en un juego donde nos perdemos muchas cosas por el camino, ya que los motivos por los que las personas entran en prisión poco tienen que ver, en realidad, con la centralidad del delito. (DOCUMENTO COMPLETO EN PDF ADJUNTO)

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